nada de nada;
es todo.
Así te quiero, nada.
¡Del todo!...
Para nada.
O.G.
Yo no sé nadaTú no sabes nadaUd. no sabe nadaEl no sabe nadaEllos no saben nadaEllas no saben nadaUds. no saben nadaNosotros no sabemos nadaLa desorientación de mi generación tiene su expli-cación en la dirección de nuestra educación,cuyaidealización de la acción, era - ¡sin discusión!-una mistificación, en contradiccióncon nuestra propensión a la me-ditación, a la contemplación ya la masturbación. (Gutural,lo más guturalmente quese pueda.) Creo quecreo en lo que creoque no creo. Y creoque no creo en loque creo que creo«C a n t a r d e l a s r a n as»¡Y ¡Y ¿A ¿A ¡Y ¡Ysu ba llí llá su babo jo es es bo jolas las tá? tá? las lases es ¡A ¡A es esca ca quí cá ca cale le no no le leras ras es es ras rasarri aba tá tá arri ababa!... jo!... !... !... ba!... jo!...
O.G.
(...) La segunda fase se anuncia con una sensación de frescor en las extremidades, y con una gran debilidad; uno siente, como se dice vulgarmente, que tiene las manos de trapo, la cabeza pesada y una estupefacción general en todo el ser. Los ojos se agrandan, se sienten como tironeados en todos sentidos por un éxtasis implacable. La cara se llena de palidez, se vuelve marmórea y verdosa. Los labios se retraen, se recogen y parecen querer meterse para adentro. Roncos y profundos suspiros se exhalan del pecho, como si nuestra, naturaleza anterior no pudiera soportar el peso de esta nueva naturaleza. Los sentidos adquieren una finura y una agudeza extraordinarias. Los ojos penetran el infinito. El oído percibe los sonidos más imperceptibles en medio de los ruidos más violentos.
Y las alucinaciones comienzan. Los objetos exteriores adquieren apariencias monstruosas. Se nos revelan bajo formas desconocidas hasta entonces, luego se deforman, se transforman, y finalmente entran en nuestro ser o bien nosotros entramos en ellos. Los equívocos más singulares, las trasposiciones de ideas más inexplicables, se producen y se desarrollan. Los sonidos adquieren color, los colores adquieren música. Las notas musicales son números, y vosotros resolvéis con espantable rapidez prodigiosos cálculos aritméticos a medida que la música penetra vuestro oído. Estas sentado y fumas; pero crees estar sentado en tu pipa y que es tu pipa la que te fuma; y es tu propio ser el que se desvanece bajo la forma de nubes azuladas.
Te encuentras allí muy bien, salvo que te preocupa y te inquieta una cosa: ¿Cómo haces para salir de la pipa? Esta fantasía dura una eternidad. Un intervalo de lucidez nos permite con gran esfuerzo mirar el reloj. La eternidad ha durado un minuto.
(...) El vino exalta la voluntad; el haschisch la aniquila. El vino es un apoyo físico; el haschisch es un arma para el suicidio. El vino hace bueno y sociable; el haschisch aísla. El uno es laborioso, por así decirlo; el otro, esencialmente perezoso. ¿Para qué trabajar, en efecto, laborar, escribir, fabricar lo que sea, cuando se puede obtener el paraíso de un solo golpe? En fin, el vino es para el pueblo que trabaja y que merece beberlo. El haschisch pertenece a la categoría de los goces solitarios; está hecho para los miserables ociosos. El vino es útil, produce resultados fructíferos. El haschisch es peligroso e inútil.
(...) Terminaré este artículo con algunas hermosas palabras que no son mías, sino de un notable filósofo poco conocido, Barbereau, teórico musical 94 y profesor del Conservatorio. Yo estaba cerca de él en una reunión donde algunas personas habían tomado el bienaventurado veneno, y me dijo entonces con acento de desprecio indecible: "No comprendo por qué el hombre racional y espiritual se sirve de medios artificiales para llegar a la beatitud poética, puesto que el entusiasmo y la voluntad bastan para elevar lo a una existencia supernatural. Los grandes poetas, los filósofos, los profetas, son seres que, por el puro y libre ejercicio de la voluntad, consiguen llegar a un estado en el que son a la vez causa y efecto, sujeto y objeto, hipnotizador y sonánibulo."
Yo pienso exactamente lo mismo.
El tiempo corría y la lluvia empapaba los rincones en las calles vacías en la ciudad, truenos retumbaban y aluzaban un segundo los edificios donde niños tomando chocolate se abrazaban desesperadamente a sus padres. Los perros ladraban y sollozaban como anunciando que ésta sería su última noche. Solo una persona era capaz de caminar tranquila sin temor a sufrir algún daño. Una gabardina larga, un sombrero tipo fedora, una mirada cansada lo acompañaba. Tras doblar en la esquina de la licorería observo una de las cosas más hermosas que pudo haber imaginado, tenia largos cabellos rojos que simulaban deshacerse con el rápido fluir del agua que golpeaba con una intensidad imponente; se resguardaba bajo un tejado de un establecimiento de mala fama, cuando el hombre se acerco se encontró con el brillo de los ojos de aquella dama, aquel resplandor inmenso termino por sedarlo y hacerlo sentir como si hubiese probado todas las cosas que el mundo tuviera que ofrecer. Por un momento la desesperación mezclada con la sorpresa y los nervios hicieron retroceder al individuo un segundo; tras un respiro avanzó con determinación, estiro las manos y presiono con mucha fuerza, observando cómo su respiración se hacía más frágil, más, más y más... hasta que cayó al piso arrodillado junto a un cadáver, presa de la fuerza de sus impulsos.
A. N.
El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, oh bella ingrata, amada enemiga mía, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.